sábado, octubre 22, 2005

Un acordeón en Sabana Grande

Recientemente tuve un sueño. Soñé que era estudiante de medicina y teníamos nuestro primer contacto con un cadáver. El profesor practicaría la autopsia y repasaríamos “en vivo” las partes internas del cuerpo humano.

Yo me encontraba nerviosa, mi miedo a la sangre y a los olores putrefactos no podía controlarlos aunque estuviera convertida en un discípulo de la ciencia de la salud en mi viaje con Morfeo. Las rodillas me temblaban, el estómago lo tenía descompuesto, estaba congelada.

Entramos el grupo de estudiantes a la sala y allí estaba el cuerpo, tendido en una placa de metal. Hacía un frío extremo, más que por el aire acondicionado sentía que el frío era por tanta mortandad.

No quería verle el rostro, me fijé en el occiso del cuello hacia abajo y pude apreciar que era un hombre de avanzada edad y por el nivel de descuido corporal lo asocié con un mendigo. Me armé de valor y vi sus facciones: tantas sensaciones experimentadas hasta ese momento fueron acrecentadas cuando me percaté que al anciano fallecido lo conocía. Era Víctor. Si antes sentía miedo y repugnancia, ahora sentía dolor, compasión y poca resignación.
En ese momento desperté agitada y sintiendo un dolor de luto.


Para los Caraqueños el lugar predilecto para pasear en los años 80 era el Boulevard de Sabana Grande. En aquella época tenía sus aceras amplias y la brisa del Ávila se colaba por entre las avenidas y se mezclaba con el aroma del café que emanaba de los restaurantes contiguos. Apetecía sentarse hacer nada o simplemente andar muy despacio charlando y viendo tiendas. A pocos pasos de la estación del Metro y frente a las vitrinas de Selemar se sentaba un viejito invidente que tocaba el acordeón.


Cuando era pequeña mis padres me daban mediecitos para que se los diera, yo aterrada me acercaba lentamente y sin hacer mucho ruido colocaba las monedas en su vasito enrollado con un alambre a su acordeón. Al escuchar caer las monedas él se emocionaba y tocaba con más ímpetu su instrumento. Esa sensación me gustaba, él se alegraba cuando su música era reconocida con las limosnas y yo me alegraba al escuchar su música revivir.


Pasaron los años, yo crecí y el seguía viejito como siempre. Mi interacción fue un poco más allá de darle monedas. A veces me paraba junto algún puesto buhoneril cercano y disfrutaba verlo y oírlo, sentía la misma alegría de cuando estaba pequeña. Con el tiempo decidí abordarlo, me le sentaba al lado, conversábamos un rato, ya no le daba monedas, entre mis escasos recursos para ese tiempo le daba algún billete de mil o quinientos y muy agradecido se lo guardaba en el bolsillo. Cuando ya estaba de noche, él me pedía que lo acompañara para irse a su casa. Lo ayudaba a recoger sus cositas y nos íbamos en el Metro con la muchedumbre. Por ese viejito me peleaba con la gente para que fuera sentado cosa que no hacia ni por mi mamá. Nos bajábamos en la estación de Capitolio, caminábamos hasta la avenida y lo dejaba montado en una camionetica. Ya todos los conductores lo conocían y lo dejaban en frente de su hogar.

Recuerdo que una vez lo pasaron en un programa amarillista maiamero dirigido por Enrique Gratas y me sentí tan orgullosa de mi viejito. Era signo de que la gente lo quería tanto como yo. Le hicieron una entrevista y narraba que estaba en ese lugar cuando aún era una hacienda, claro… él estaba pequeño. Algunas veces siento que era mejor que estuviera ciego para que no tuviera que ver en lo que llegó a convertirse su amada Sabana Grande.


Hoy su música ya no suena, y dejó de sonar aún el estando allí, porque su desgaste físico no se lo permitía, pero igual seguía con su acordeón y su vasito y creo que aunque no tocara, muchos al igual que yo, seguíamos escuchando sus tonadas.


Fue solo un sueño (pesadilla), pero de que Víctor ya no este entre los vivos presiento que es real, a lo mejor me equivoco pero ya no lo he vuelto a ver. Su esencia y su alma estarán por siempre en esa calle, en ese rinconcito, y las veces que pase por allí, nunca dejaré de mirar e imaginarlo tocando su acordeón.

in.

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